Del latín «en medio de las tierras», el Mediterráneo evoca clasicismo, contaminaciones y cielos azules sobre los cuales proyectar un deseo: el de lograr capturar los rasgos de una identidad común. Si la mirada del historiador parece desmentir la idea de mediterraneidad - David Abulafia en este volumen lo define como un espacio fragmentado, en el que incluso en el pasado el encuentro entre culturas fue la excepción de algunas ciudades cosmopolitas y no la regla - son las Musas las que se sienten atraídas por él. La vena melancólica y reflexiva de los cantos evocada por el músico turco Zülfü Livaneli, la proverbial convivialidad y la celebración del tiempo libre alabadas por Matteo Nucci son vistas con una mezcla de fascinación y reproche por los países de matriz protestante: la nobleza del perfil griego del homo mediterraneus puede convertirse en un instante en una caricatura despectiva sinónimo de laxitud y atraso cultural. Como quiera que se defina, el Mediterráneo parece estar en crisis: descuidado por la Unión Europea que mira a las costas norafricanas y levantinas solo como amenaza y recurso energético, es el cruce de una de las mayores migraciones de la historia. Mientras cada año cientos de millones de turistas se dirigen a sus costas, como en un espejo deformante cientos de miles de personas emprenden un dramático viaje contrario para huir de guerras, persecuciones y pobreza. La carretera líquida, como la llamaba Homero, está cada vez más militarizada, transitada y contaminada, además de sobrecalentada y sobreexplotada. Visto desde las costas norafricanas, más que un Mare nostrum parece un muro que divide el mundo árabe del europeo, fuente de división y no de cruce de culturas. Sería más sabio ensalzar su variedad más que buscar una esquiva identidad común, pero quizás la mediterraneidad no es más que un sentimiento, y como tal no quiere escuchar razones. A pesar de todo sigue siendo fascinante, reconfortante y consoladora. En sus costas la modernidad no arraiga del todo, el tiempo transcurre de manera diferente, y los pueblos se comunican más que en otros lugares. ¿Y si el homo mediterraneus aún estuviera por venir?