
En los últimos años, Nápoles ha vivido una especie de hipernarración, sobre todo cinematográfica y literaria, que ha enriquecido aún más una imaginería ya muy sedimentada. Desde siempre, el péndulo oscila como loco entre picos y depresiones y es difícil hacerse una idea, hacer un promedio, imaginar una normalidad napolitana, suponiendo que exista. ¿Cuál es el balance de esta temporada, en la que Nápoles ha sido la ciudad más filmada de Italia? ¿Dónde buscar esta añorada normalidad? Quizás hay que «subir» al Vomero, un barrio considerado casi ajeno a la ciudad, precisamente porque se supone que es «normal», habitado por una clase media, homogénea, pacificada. Una realidad en contraste con la vida desbordante del centro histórico, atravesado por mil estratificaciones - arquitectónicas, históricas y sociales - y, sin embargo, allí también existe una clave de lectura alternativa: el centro, con su ciudad subterránea y la metropolitana del arte, como modelo virtuoso de cohabitación entre lo antiguo y lo moderno y no solo como una enésima variación de un excepcionalismo exótico. A la odisea de Bagnoli, que lleva treinta años esperando que cobre vida uno de los mil proyectos de rehabilitación de su área industrial, se oponen los campus de vanguardia de la ex Cirio en San Giovanni a Teduccio, que tienen un impacto positivo en el territorio, como ha ocurrido también con el sector cinematográfico y sus tantas producciones en los barrios más difíciles. Un caso de gran éxito es el de Fanpage, que se ha establecido como un medio periodístico altamente innovador y representa una Nápoles que atrae talentos, en lugar de dejarlos escapar, que exporta modelos, que coloniza en lugar de ser colonizada. También en el ámbito gubernamental, la «ciudad-estado» y sus «alcaldes monárquicos» se presentan como un laboratorio político que a menudo precede las tendencias que se convertirán en nacionales. En lo bueno y en lo malo, Nápoles siempre sorprende, incluso cuando hace todo lo posible por ser «normal».
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En los últimos años, Nápoles ha vivido una especie de hipernarración, sobre todo cinematográfica y literaria, que ha enriquecido aún más una imaginería ya muy sedimentada. Desde siempre, el péndulo oscila como loco entre picos y depresiones y es difícil hacerse una idea, hacer un promedio, imaginar una normalidad napolitana, suponiendo que exista. ¿Cuál es el balance de esta temporada, en la que Nápoles ha sido la ciudad más filmada de Italia? ¿Dónde buscar esta añorada normalidad? Quizás hay que «subir» al Vomero, un barrio considerado casi ajeno a la ciudad, precisamente porque se supone que es «normal», habitado por una clase media, homogénea, pacificada. Una realidad en contraste con la vida desbordante del centro histórico, atravesado por mil estratificaciones - arquitectónicas, históricas y sociales - y, sin embargo, allí también existe una clave de lectura alternativa: el centro, con su ciudad subterránea y la metropolitana del arte, como modelo virtuoso de cohabitación entre lo antiguo y lo moderno y no solo como una enésima variación de un excepcionalismo exótico. A la odisea de Bagnoli, que lleva treinta años esperando que cobre vida uno de los mil proyectos de rehabilitación de su área industrial, se oponen los campus de vanguardia de la ex Cirio en San Giovanni a Teduccio, que tienen un impacto positivo en el territorio, como ha ocurrido también con el sector cinematográfico y sus tantas producciones en los barrios más difíciles. Un caso de gran éxito es el de Fanpage, que se ha establecido como un medio periodístico altamente innovador y representa una Nápoles que atrae talentos, en lugar de dejarlos escapar, que exporta modelos, que coloniza en lugar de ser colonizada. También en el ámbito gubernamental, la «ciudad-estado» y sus «alcaldes monárquicos» se presentan como un laboratorio político que a menudo precede las tendencias que se convertirán en nacionales. En lo bueno y en lo malo, Nápoles siempre sorprende, incluso cuando hace todo lo posible por ser «normal».